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domingo, 28 de septiembre de 2014

España, ahora sí, ha dejado de ser católica


Hugo Martínez Abarca*


25/09/2014

El entierro de la contrarreforma de la ley del aborto es una victoria clara del movimiento feminista. No sólo del que ha combatido la reaccionaria propuesta de Gallardón en los últimos años, sino del movimiento feminista que durante décadas viene combatiendo el dominio machista, las leyes restrictivas y la cultura del vivan las caenas hegemónica en España durante siglos y que ponía doble cadena sobre las mujeres. Pero además supone una grave derrota de la jerarquía católica que ya sí puede ir asumiendo definitivamente que ha perdido el control moral y cultural sobre la sociedad española.

El aborto no es cualquier cosa para nuestra Iglesia Católica. Según sus consignas es un infanticidio, el asesinato de más de cien mil bebés al año. Un horror comparable con el nazismo y mucho peor que cualquier otro gran crimen que la humanidad haya perpetrado. Y sin embargo… un gobierno clerical ha tenido que renunciar a prohibir tal horror porque en la gran mayoría de la sociedad española los apocalipsis anunciados con sotana causan una mezcla de irritación, hastío y risa.

No es la primera derrota. Que este mismo gobierno no se haya atrevido a reinstaurar la discriminación a los homosexuales en el matrimonio civil (¿os acordáis de que la situación actual iba a destruir la familia?) ya probaba que el estruendo de los torquemadas se oía tanto sólo porque tienen buenos altavoces.

Más allá de los fracasos del gobierno clerical, todas las estadísticas nos hablan de una acelerada huida de la sociedad española del control vaticano. Es muy significativo que dentro de la gente que se casa (que ya es un sesgo pues muchísimos no católicos vivimos en pareja sin habernos casado de ninguna forma) ya hay más que se casan por lo civil que por la Iglesia Católica. Como lo es que entre los menores de 35 años apenas supere el 50% los que se declaran católicos y de ellos no llegue a un 5% (esto es, 2.5% del total) los que dicen que suelen cumplir la obligación de ir a misa los domingos.

La Iglesia Católica ha dejado de controlarnos. No debería ser ningún drama para ellos: nadie les va a obligar a incumplir su moral, sus costumbres y sus principios, simplemente cada vez les va a resultar más complicado decirnos qué tenemos que hacer los demás y mucho más mantener los pecados en el código penal.

Tienen aún mucho poder. Controlan buena parte de la educación; tienen recursos económicos ingentes gracias a que los gobiernos les permiten incumplir su promesa de hace 35 años de autofinanciarse y a que se les regala ingresos por entradas a buena parte de nuestro patrimonio cultural (que, eso sí, restauramos entre todos, como tiene que ser). Gozan de presencia exclusiva en espacios públicos (capellanes militares, capillas católicas en recintos públicos, estos días descubriremos si aún hay biblias y crucifijos en la toma de posesión de ministros…), se prohíbe que los ateos y los laicos expresemos nuestras ideas cuando vienen papas o los católicos deciden que son fechas sagradas… Pero esto ya sólo obedece a que nuestros gobiernos han estado entregados (unos más y con más entusiasmo; otros, el de Zapatero, menos aunque también) y les han prestado una posición de dominio que no sólo no se merecen sino que ha sido nociva, ha generado atraso, falta de libertades, triunfo de la superstición frente a la razón y siempre discriminación a las mujeres, a los homosexuales, lesbianas, a los diferentes…

España sigue concediendo un poder ilegítimo a la jerarquía católica, pero no porque los españoles sigan siendo sumisos y obedientes a sus soflamas sino porque nuestros gobiernos son dóciles a los poderes ilegítimos vengan de donde vengan; y este poder viene de ese pasado nacional-católico que no se quiso conjurar. España ha dejado de ser católica. Ahora falta que el Estado español se entere.

El autor, licenciado en Filosofía y en Ciencias Políticas, es bloguero y miembro de la dirección federal de Izquierda Unida.

http://www.martinezabarca.net/2014/09/25/espana-ahora-si-ha-dejado-de-ser-catolica/

lunes, 22 de septiembre de 2014

El extraño caso del doctor República y míster Monarquía


Javier Gallego*


17/09/2014

La decisión sobre el modelo de Estado en España está en manos de los indecisos, valga la paradoja. Entre la derecha monárquica y la izquierda republicana, hay un mundo habitado por ninis, ni republicanos ni monárquicos, y por republicanos no practicantes y hasta republicanos que practican la monarquía. Mientras éstos no apuesten decididamente por la república, no veremos la tercera.

El sueño de la república produce monstruos. Estos días de encendido debate sobre la Corona, hemos asistido a un curioso fenómeno de desdoblamiento de la personalidad al que podríamos llamar, con el permiso de Stevenson, El extraño caso del doctor República y Monarquía, individuos que se declaran republicanos pero actúan como monárquicos. A diferencia de los vampiros y los hombres-lobo, los republicanos-monárquicos no cambian de aspecto, solo de forma de pensar. Pueden ser monárquicos y republicanos y todo lo contrario. Ni Santa Teresa, oiga.

El espécimen más incoherente dentro de esta fauna es el socialista-republicano-monárquico, capaz de defender que su republicanismo “es compatible con la monarquía”, en palabras de Rubalcaba, o que los socialistas tienen “alma republicana en un cuerpo constitucional”, como dijo Soraya Rodríguez. Asombroso cómo el cuerpo puede independizarse de la mente y vender su alma a la monarquía por mantener un puñado de poder. En realidad, ambos estaban citando a Marx –Groucho, no Carlos– en aquella frase en la que ridiculizaba el travestismo ético: “estos son mis principios pero si no le gustan, tengo otros”. A esto ha quedado reducido el marxismo de la cúpula socialista, a una comedia.

Quienes la secundan no tienen otro interés que salvaguardar el protagonismo del PSOE y sus oligarquías afines en la representación bipartidista. También en la prostitución abunda esta doble moral en la que el personaje respetable se transforma en belle de jour. Pero en casa, en las bases socialistas, han empezado a ver esta esquizofrenia con desaprobación. De hecho, la sucesión en Ferraz puede ir muy unida a la sucesión de la Corona. Por intentar salvar a la monarquía pueden acabar perdiéndose. Si se desligan de ella, aún pueden tener parte en la regeneración del país.

Más allá de este cálculo interesado, hay otros indecisos que tienen razones coyunturales para aparcar el debate. Así, hay republicanos que opinan que hay asuntos más urgentes que resolver, republicanos que piensan que la república puede romper España, republicanos que prefieren la mala monarquía conocida a la buena república por conocer, republicanos que se fían aún menos de un presidente electo que de un monarca hereditario y hasta republicanos que afirman (les juro que lo he leído) que ya vivimos en una república aunque coronada. Y nosotros sin saberlo.

En este territorio pragmático y conservador, se mueven muchos votantes de centro-derecha que apuestan por una segunda Transición continuista más que por una ruptura a manos de los representantes de la nueva política o de la izquierda republicana tradicional. Se mezcla en ellos el miedo a lo desconocido, el rechazo hacia nostalgias de la II República que despiertan fantasmas guerracivilistas y un cierto paternalismo que niega a los jóvenes el derecho que reclaman, según las encuestas, de participar en la creación de un nuevo modelo.

Pero incluso los más timoratos coinciden en que necesitamos una regeneración estructural. Por eso pienso que el debate más urgente no es tanto monarquía contra república sino proceso constituyente frente al continuismo reformista que defienden los más indecisos. No me parece lógico encargar la reforma del edificio a los mismos arquitectos que levantaron la obra que ahora se desmorona. Ya estamos viendo que lo que quieren hacer es un cambio de cromos para que todo siga más o menos igual.

El proceso constituyente no es, como los más cautos piensan, un problema que habrá que abordar cuando salgamos de la crisis, sino la oportunidad de afrontarla y salir de ella con los deberes hechos. Es también la oportunidad para que monárquicos y republicanos expliquen qué monarquía o república es más adecuada para el país. Tiene sus riesgos, pero la madurez democrática no se alcanza eludiendo la democracia sino ejerciéndola.

Decía Jekyll en el cuento de Stevenson: “Las dos naturalezas que contenía mi conciencia podía decirse que eran a la vez mías porque yo era radicalmente las dos”. En las municipales empezaremos a ver si quienes tienen la conciencia dividida se decantan por el doctor República o se dejan arrastrar por míster Monarquía. Dependerá de cómo encare el nuevo monarca los escándalos de su familia, de que el republicanismo modernice su discurso para llegar más allá de la izquierda y de quién gane la lucha entre la vieja y la nueva política.

[Artículo publicado en el número especial de verano de la revista La Marea]


sábado, 13 de septiembre de 2014

De lo pintado a lo vivo


Hoy, en España, la contradicción principal o fundamental se establece entre el Poder y su expresión política, el bipartidismo y la mayoría social.

Julio Anguita González


12/09/2014

Raimondo Montecuccoli (1609 – 1680) genio militar de su época y autor de brillantes tratados sobre la guerra, expresó sus críticas a aquellos generales que ante una situación bélica de características novedosas o poco comunes, solían acudir a los textos de estudios militares de tipo académico para indagar en ellos qué hubieran hecho en semejante situación Alejandro Magno, Pirro, Aníbal o Julio César. Por otra parte y partiendo siempre de que la realidad es concreta, difícilmente repetible y anclada en necesidades inmediatas, Montecuccoli afirmaba que en la guerra hacían falta tres cosas: dinero, dinero y dinero.

A simple vista podría considerarse como contradicción el que un estudioso de las cuestiones bélicas desechara los saberes acumulados sobre ella para cambiarlos por una aparente y frívola improvisación. Nada de eso, lo que Montecuccoli decía era que los saberes, las teorías, los principios, las experiencias acumuladas, deben servir de guía pero, en absoluto convertirse en un catecismo o en manual de recetas. La realidad del momento exige respuestas pertinentes.

Siglos después, el genio revolucionario de Lenin reiteraba que la verdad era concreta y no abstracta o que el árbol de la teoría era gris pero el de la vida era verde. Lenin en abril de 1917 acepta de los alemanes (previo permiso del soviet de Petrogrado), viajar en tren desde Suiza hasta Finlandia para ayudar a la causa de la revolución haciendo campaña contra la guerra, y no abandonando en ningún momento el objetivo fundamental, por mucho que los alemanes quisieran utilizarlo para ganar el conflicto armado a la Rusia zarista. ¿Puede considerarse como traidor a Lenin? ¿Puede ser motejado de populista desideologizado a Lenin porque, dirigiéndose a la población rusa de campesinos y soldados, no hablase de la lucha de clases o de la izquierda y fijase el objetivo de la Revolución, en aquél momento, en aquella coyuntura, en aquella fase, en tres ideas: paz, pan y tierra? ¿Podía considerarse a Lenin un iluminado o visionario cuando asumió que en aquella hora y en determinadas cuestiones, las masas iban por delante del propio partido?

Antonio Gramsci postuló la necesidad de una respuesta popular ante una situación de extrema gravedad planteando la necesidad de una ideología-mito que no debía presentarse como una fría utopía ni como una argumentación doctrinaria, sino como la creación de una fantasía concreta que actúa sobre un pueblo disperso y pulverizado para rescatar y organizar su voluntad colectiva. Nótese como el objetivo central es conseguir la cohesión de una mayoría social sin especificar adscripción ideológica alguna.

Enrico Berlinguer planteaba su propuesta de Compromiso Histórico como un designio de transformación de la sociedad y del Estado por medio de un movimiento unitario y democrático en el cuál sean protagonistas, en condiciones de igualdad, todas las fuerzas populares. Curiosamente, y por aquél entonces el dirigente del Partido Socialista de Italia, Bettino Craxi, planteaba como alternativa la “unidad de la izquierda” para desalojar del poder político a la Democracia Cristiana

Muy recientemente (28 de Agosto del 2014) ha aparecido en Rebelión un artículo de Marta Harnecker: Para construir una sociedad socialista se requiere de una nueva cultura de izquierda, que consta de 59 epígrafes. Por cuestiones de espacio me limito a recomendar su lectura y muy especialmente los puntos 56, 57, 58 y 59.

No creo que ninguno de nuestros lectores considere sospechosos de derechización o traición a los comunistas anteriormente citados. Hay en ellos una curiosa coincidencia que atraviesa sus textos y sus proyectos. Una coincidencia que sigue estando de actualidad y se expresa en tres líneas de análisis y propuesta:

1. El valor fundamental de saber en qué fase y en qué momento de la lucha social se está. El valorar la coyuntura, actuando en consecuencia. Lenin la definía como el punto nodal en el que se condensan todas las contradicciones. En consecuencia los planteamientos para la acción y la organización deben atenerse a esa realidad. En ningún momento plantean cuestiones de principios o de “purezas de sangre” ideológicas o políticas. Se atienen a lo expuesto en el Manifiesto Comunista de Marx y Engels cuando afirmaban que los comunistas no eran diferentes a las demás organizaciones obreras pero que se diferenciaban en una sola cuestión: tener presente el objetivo final en todas y cada una de las acciones diarias. Suficiente. 

2. Derivado de todo lo anterior se desprende la necesidad de evaluar, distinguir y actuar entre las contradicciones y los aspectos primarios o secundarios de las mismas. Hoy, en España, la contradicción principal o fundamental se establece entre el Poder y su expresión política, el bipartidismo y la mayoría social. Una mayoría social en la que la izquierda de carné, ideas o sentimientos no es mayoritaria aunque anhela soluciones para sus problemas a la vez que rechaza la corrupción mafiosa y la degradación de los poderes del Estado. Esta contradicción principal tiene un aspecto secundario interesante: la tensión preelectoral entre PP y PSOE que se manifiesta en críticas u oposición a determinadas propuestas como, por ejemplo la elección de alcaldes que plantea el gobierno. Se debe actuar en esta contradicción o algunas otras sin olvidar jamás quienes son los antagonistas en la contradicción principal. 

3. El protagonismo, por encima de cualquier otra consideración, de las masas organizadas. Unas masas que en cada época histórica tienen un componente diferenciado a tenor de los procesos de producción, los niveles culturales o sociales y sobre todo, como consecuencia de la creciente proletarización de sectores, grupos y sujetos menores del proceso productivo. Todo ello proporciona un pie forzado que nunca debe olvidarse: la pluralidad. Este ingente y abigarrado conjunto que constituye la mayoría, está atravesado de manera consciente o inconsciente, por contradicciones secundarias (muchas veces exclusivamente ideológicas) que si no se ubican en su lugar terminan por devenir en rupturas. El remedio contra ello es el Programa (que no es un listado de deseos) y la manera de elaborarlo. Esa era la razón que informaba la extinta elaboración colectiva de IU. Un Programa que, a tenor de su idoneidad para resolver problemas hace que muchos colectivos y personas notoriamente refractarios a la izquierda terminen como el personaje de Molière, hablando en prosa pero sin saberlo.

Con la vista puesta en la coyuntura histórica que nos ha tocado vivir. Con la necesidad más que urgente de una respuesta mayoritaria que cambie el curso de las cosas. Con el momento único que se vive tras el 22 de Marzo y el 25 de Mayo. Con la conciencia de que si esta oportunidad se desaprovecha no se levantará cabeza en décadas. ¿Es tan difícil poner el acento en lo mucho que compartimos unos y otros y, en consecuencia, establecer un nexo programático común que haga posible lo que soñara Antonio Gramsci?

Cualesquiera que, por una parte, pongan el acento en cuestiones de pedigrí ideológico (refugio fácil para la inacción), vivan sempiternamente en la cultura de la sospecha que el franquismo hizo recaer sobre los comunistas o se refugien en la torre de marfil de su inmarcesible momento de gloria, están objetivamente despreciando una oportunidad histórica. Las organizaciones viven para las causas y no las causas para las organizaciones. 

Para mayor abundamiento en lo que quiero decir y proponer, me remito a lo publicado en Mundo Obrero digital del 26 de Agosto bajo el título de “Ahora. Sin pretextos”

miércoles, 10 de septiembre de 2014

Gobernar sin corbata


Felipe Alcaraz Masats

Andaluces Diario

08/09/2014

Están cayendo todas las solemnidades y carismas del poder. Del poder de siempre y su monopolio por unos pocos. Ese poder que hablaba en latín, se distanciaba con gestos elegantes, apagaba luces a su paso y se encerraba en una cabina, allí al final, para decidir las cosas en solitario. Y sobre todo para decidir un mensaje: el poder no lo puede ejercer todo el mundo; no todo el mundo es capaz. Es un tema complicado que exige una inmensa responsabilidad. Pues bien, de pronto se descorren las cortinas, se encienden las luces y aparecen en torno a una mesa el cura, el banquero y el encorbatado alcalde. Esperan mirando fijamente a una especie de crustáceo negro: es un teléfono. La mano invisible y negra que marca la historia. Si hay resistencia, hay que marcar el número del cuartelillo.

En 1848 la familia De Tocqueville, despavorida, oía desde el salón de su gran apartamento sobre el Sena los disparos de los insurrectos en los suburbios. Llamaron a la criada para que cerrara los balcones y la criada, como sonara, cada vez más cerca, el ruido de la fusilería, emitió una sonrisa. El Señor de Tocqueville la echó de inmediato, del salón, de la casa y del puesto de trabajo. Sabía perfectamente lo que significaba aquella sonrisa. Era la sonrisa del fantasma.

Un fantasma recorre las redacciones, los puentes de mando, las ejecutivas de los partidos del régimen: es el fantasma del poder popular. La gente ha sabido transformar su malestar en deseo de unidad y cambio, en capacidad programática, y se dispone a tomar el poder. Se dispone a ello y, además, sin imitar los gestos, los tonos, las vestimentas del poder de siempre. La gente ha comprendido que puede, que sabe gobernar, que se atreve a ello, y los del régimen, despavoridos, comprenden que aun cerrando las maderas de los apartamentos, no hay fuerza que pueda disuadir a la gente de sus satánicas pretensiones.

Llámalo unidad popular, llámalo frente amplio, bloque social, unidad política, concreción de las convergencias sociales… o, si quieres, llámalo poder popular. Incluso puedes hablar de frente popular. El caso es que no hay pretextos en este momento histórico, no hay desvíos, circunloquios. La salida de la crisis solo tiene dos puertas: o se mantiene el régimen y la marca blanca del neoliberalismo (¿los habéis visto en Italia, todos con camisas blancas?) o se abre paso la salida constituyente, democrática, anticapitalista. ¿Que no hay maduración suficiente? Es posible: no existe en España un demasiado amplio sentido común anticapitalista. Pero o nos lanzamos, y nos lanzamos ahora, o el régimen organiza los próximos 30 años sobre la resignación, la división y el entreguismo. Nada más darse a conocer la posibilidad de una estrategia de “frente popular” no sólo han saltado como flejes los centros neurálgicos, que no han podido evitar editoriales y llamadas al miedo, sino que ha empezado a operar el gran batallón del transformismo mediático.

Gramsci habló del transformismo como una operación a través de la cual el poder, el antiguo dominio, coopta para su hegemonía a antiguos intelectuales revolucionarios, con la misión de integrar, convencer, reducir, resignar a los batallones inquietos a través de una prosa equidistante, sibilina, seductora. Pues bien, todos/as se han puesto en marcha a la vez. Quizás algunos tras tomar un café en la bodeguilla correspondiente. Pero no hace falta recibir consignas excesivamente explícitas. Basta un gesto, una risa a tiempo, la ridiculización de los pobres (sin corbata), el señalamiento de los dogmáticos que no son capaces de perdonar una derrota histórica, la calificación de “comunistas” con un revoleo displicente de la mano propio del señor De Tocqueville.

Y ojo, no se trata de decir ahora que no han entendido nada. Sí lo han entendido. Han entendido perfectamente de qué van las cosas. Simplemente el miedo ha empezado a cambiar de bando y no es preciso agenciarse una corbata para ostentar no se sabe qué respetabilidad a la hora de conquistar el poder y gobernar a través de una revolución democrática. Ellos lo han entendido, y la gente ha entendido que lo han entendido. Eso es todo. Ahora la historia sigue su curso, ese (glorioso) sujeto histórico que en un momento dado puede derrocar gobiernos, y hasta monarcas recién recauchutados.