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sábado, 24 de noviembre de 2012

Una nueva España que supere el fracaso de la Transición


Emilio Suñé Llinás*

El Confidencial

21/11/2012

En los días en que estas líneas se escriben, el presidente de la Generalitat de Catalunya está planteando abiertamente la autodeterminación de dicha autonomía y, a fin de cuentas, su secesión del resto de España. El que suscribe, ante los perennes vaivenes de España y el claro fracaso de la Transición, ya no sabe siquiera qué decir. Por una parte, regresar a los viejos reinos medievales, aunque sea con otra forma política, no parece, ni mucho menos racional; pero, por otra, la Historia de España es la historia de un fracaso colectivo. Con el naufragio de la Transición, un decorado de democracia hasta hace poco tan admirado en todo el mundo, sólo hemos entrado en la enésima decepción. ¿Acaso no estamos diciendo muchos españoles, cansados ya de tanta frustración, que si pudiéramos nos iríamos? ¿De qué nos extrañamos, pues?

No hace mucho, en el Proemio del número 1 de la Revista Nueva Ilustración, recientemente publicado por la Escuela Libre de Derecho de México, decía el que suscribe: Hace unos meses participé en la Universidad del País Vasco (Euskal Herriko Unibersitatea) en el Tribunal examinador de la Tesis Doctoral del dominicano Julio Minaya: “Pedro Bonó y su aporte a la emancipación cultural dominicana”, dirigida por Fco. Javier Caballero Harriet. Una de las ideas-fuerza del pensamiento de Bonó que se ponían de manifiesto en la tesis era la de “emancipación cultural”; es decir, que mucho más allá de la soberanía política, lo que debían conseguir los nuevos estados independientes era un cambio cultural que les permitiera desembarazarse de nefastos atavismos hispánicos como la tendencia al despotismo, las profundas deficiencias del sistema educativo, la pereza, la falta de espíritu emprendedor, el burocratismo, la arbitrariedad, etc. Ello me hizo reflexionar sobre unos males que siguen presentes en el núcleo de las Españas, es decir, en la propia España y me pregunté en voz alta, hasta qué punto no es “España la última colonia del imperio”, necesitada como todas las demás de una emancipación cultural, y, a fin de cuentas, “si lo que realmente necesita España no será emanciparse de sí misma”.

Estos atavismos hispánicos (¡cuánta razón tenía Bonó!) son los que pesan como una losa sobre España y la hispanidad. Tengámoslo claro: el problema de fondo de España y de las Españas es cultural y contra eso poco podemos hacer que no empiece por emanciparnos de nosotros mismos. Por ello, cuando se adoptan iniciativas tan poco acordes con el seny catalán, como las del señor Mas, lo que aflora son precisamente los atavismos hispánicos de los que -como decía Bonó- habría que desprenderse. En el fondo esta forma de proceder tan racial, pone de manifiesto todo lo contrario de lo que se pretende. Con este tipo de actitudes lo que se demuestra es precisamente que Cataluña ES España.

Es muy triste ver cómo durante años, los políticos de uno y otro signo han manipulado sistemáticamente a su clientela: el PP con un nacionalismo español trasnochado ha contribuido a crear o mantener un sentimiento anticatalán en su electorado, mientras que los partidos nacionalistas han fomentado el sentimiento antiespañol y el PSOE, con su proverbial oportunismo, en la procesión y repicando. Así, a fuerza de cultivar la clientela de cada uno y el desconocimiento recíproco, han acabado profundizando en una fractura, si no creándola, que se supone el Estado de las Autonomías debiera haber contribuido a resolver. Y pudo haberlo hecho, si hubiera existido un mínimo de patriotismo por parte de todos, lealtad y hasta sentido común.

El daño ya está hecho y lo cierto es que, en las actuales circunstancias, puede suceder cualquier cosa. En el mundo de hoy, por fortuna, el empleo de la violencia para resolver problemas políticos es algo que acaba no dando resultado, ni siquiera en Libia. Es decir, que no es improbable que si Cataluña quiere irse, pueda hacerlo. El problema es que cuartear y hasta descuartizar España sigue sin ser una buena idea. El sentido común dice que hay que entenderse, vivir y trabajar juntos, desde el respeto a la diversidad, y lo que hemos hecho es justo lo contrario. No sé lo que nos deparará el destino, pero la fractura que se ha creado no va a ser fácil de resolver.

Lo grave es que habría que emprender justo el camino contrario, el de la reunificación ibérica, a través de una federación con Portugal, que ya nada tiene que temer de España y sería la forma de ser alguien en Europa, para lo que todo peso específico es poco. Si la Federación Ibérica no tendría inicialmente tamaño crítico para estar al nivel de Francia, aunque podría aspirar a ello, ¿a qué nivel estarían la Cataluña independiente o la nueva Castilla que surgirían de la fragmentación de España?, por no hablar de un minúsculo País Vasco seccionado internamente en otras taifas denominadas territorios históricos. Y eso que dejo en el tintero la posibilidad de articular no ya Hispanoamérica, sino Iberoamérica (con Portugal y Brasil), una magna obra histórica de la que sin duda surgiría una potencia mundial, afortunada e inevitablemente policéntrica, que no tendría nada que ver con el pasado colonial, e incluso podría redimirlo.

En el fondo, una cuestión decimonónica, el derecho supuestamente natural de una Nación a ser Estado, se plantea como un problema convivencial del presente en España. Y ello cuando el Estado está dejando de ser el paradigma de las formas políticas, en el presente mundo globalizado. Lo más grave es que, cuando lo era, en la época de la unificación italiana, Mancini escribió sus dos conferencias sobre El principio de las nacionalidades para unir y no para separar, con la intención que rememoraba a Dante, de que una sola Italia liberara a sus fragmentos de las manos de los bárbaros. ¿Qué habremos hecho la gente sensata para merecer, en España, tal cúmulo de despropósitos, los cuales, lo reitero, no son imputables a una sola de las partes?

Estos desatinos -insisto- no reflejan sino el profundo fracaso de la España de la denominada transición democrática, que finalmente se ha quedado en transición, a secas. Se ha ido del franquismo al postfranquismo, ya que no a una Democracia plena, que es incompatible con un sistema electoral de listas cerradas y bloqueadas, donde el diputado sabe que le debe su puesto a quien le ha puesto en la lista y no al elector, cuyo voto sólo sirve para segmentar tales listas entre los que serán diputados y los que no.

Es ya hora de iniciar un proceso constituyente que supere la transición a la democracia, para entrar de lleno en una democracia que merezca este nombre, que cierre de una vez y con carácter definitivo las heridas de la vieja España, para emprender la ilusionante aventura de una Federación Ibérica que podría permitirnos, a todos juntos, ser alguien en Europa, mientras que nuestra dimensión iberoamericana daría paso a una potencia mundial no dependiente de España, sino policéntrica, para la que se abrirían todas las puertas y se borrarían cualesquiera límites.

* Emilio Suñé Llinás es catedrático con acreditación nacional y profesor titular de Filosofía Jurídica y Política y Derecho Informático en la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense de Madrid.


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