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jueves, 22 de noviembre de 2012

La transición y sus remanentes franquistas (Esperpento celtíbero)


José Luis Pitarch*


19/11/2012

La famosa y glorificada “transición” -–tras la dictadura milico-fascista-clerical-bonapartista del césar marroquí— fue una “transacción”. Esto es, un “transigir, que significa “consentir en parte con lo que no se cree justo, razonable o verdadero”. En otros términos, fue una operación política no poco a lo “Gatopardo” de Lampedusa: aquello de “que todo cambie para que todo siga igual”.

Como en Sicilia un siglo antes, en España se cambiaba aparentemente todo, pero en realidad seguirían prósperos y campantes los francofascistas, disfrutando de mucho poder político, militar, económico, y de sus grandes rapiñas crematísticas (demasiado de lo cual continúa hoy en el sector tardo o retro-franquista del PP); más el apoyo de una Iglesia que todavía no ha pedido perdón por llevar a Franco bajo palio como la hostia santa y saludar, los obispos, con la elevación de brazo fascista. Campantes los franquistas, en resumen, y por ende controlando en buena parte el proceso transicional.

Ahí estaban, para tal control, delincuentes de lesa humanidad como Fraga (quien temía el riesgo de dar con sus huesos largos años en cárcel, o algo peor; como sucedió a sus homólogos en el resto de Europa), travestidos ahora en “padres” del nuevo orden jurídico-político democrático, acuciando a diseñar una Constitución con notables trágalas y guetos antidemocráticos. Este nuevo “orden” no incluiría el reconocimiento y rehabilitación de “los últimos soldados de la República”, nuestros guerrilleros/maquis antifascistas, en toda Europa héroes con medallas, pensiones, rangos militares, mas en nuestra esperpéntica España hoy aún bandoleros, ¡cuatro décadas después de Franco! Ni incluyó la anulación de los aberrantes juicios y sentencias franquistas, que se habían pasado el Derecho por donde no digan dueñas. Todo bajo la cabeza estatal del monarca impuesto por un “caudillo” que llegó al poder con legitimidad inferior a la de Mussolini y Hitler. Repetimos: puro esperpento. Al cual monarca corresponde, por cierto, ser supremo “árbitro y moderador” del Estado (Art. 56 de la Constitución). Arbitraje y moderación que no han impedido seamos el segundo país del mundo, sólo superado por Camboya, en siniestras fosas de la indignidad y la ignominia, todavía muchas de ellas ocultas, con cien mil españoles asesinados por el franquismo y enterrados sin nombre y sin saberse dónde.

Y, si no aceptábamos este “gatopardismo”, ¡al diablo, no habría democracia!, no se celebrarían elecciones libres, no se permitirían partidos, etc, etc. Conque ¡a transigir! Que, además, el franquismo post-Franco tenía en nómina buen lote de altos generales ansiosos de ocupar el sillón de su césar al menos unos añitos (De Santiago, Iniesta Cano, Pérez-Viñeta, García Rebull…, bastantes de ellos miembros a la vez de las dos Cámaras bastardas de la dictadura). Ustedes -–vinieron a decir el comisario del franquismo Sr. Fraga, y Gabriel Cisneros, y en parte Herrrero de Miñón— tienen que tragarse la Monarquía y el Rey del Movimiento puesto a dedo por Franco, al que ni siquiera le correspondía según leyes dinásticas. Y han de comerse que sea prácticamente imposible reformar la parte “monárquica” de la Constitución, que queda blindada en el Art. 168. Más otras trágalas, así que el Rey figure por delante de las Cortes que representan al pueblo soberano, lo que no había ocurrido en ninguna Constitución precedente: ni en la de 1.812, ni en la de 1.837, ni en la de 1.845, ni en la de 1.869, ni en la de 1.876, ni en la de la II República, ni en la de la I República (que no dio tiempo a promulgarse, pues antes la fusilaron entre los generales Pavía en Madrid y Martínez Campos en Sagunto).

¡Ah!, y nada de referéndum vinculante cuando se consulte al pueblo sobre cuestiones políticas “de especial trascendencia” (Art. 92 de la misma): esto es, se oye al pueblo, pero no se le escucha. Y, por supuesto, ningún militar vinculado a la Unión Militar Democrática (UMD) llegaría a General; sí llegarían los Blas Piñar-hijo y otros pro-golpistas del “Manifiesto de los Cien” de diciembre del 81 en apoyo de Milans del Bosch y compañía. Sirvan de muestras estos botones. (Aunque justo es añadir que la Constitución de 1.978 incluye aspectos netamente positivos, como la tabla de derechos y libertades fundamentales). Pero las graves carencias democráticas forzadas por el franquismo post-Franco, para guardarse las espaldas podridas, no promovieron un “abrazo de Vergara” en 1.975-78, ya que no lo había habido en 1.939. En su lugar, nos endosaron lo que servidor llama “la reconciliación del embudo”, con España como único país de Europa con absoluta impunidad del fascismo. Por eso es tan infame cuanto congruente que flameen por doquier símbolos, placas, nombres de calles fascistas. Entre las/los cuales siempre me ha parecido de especial escándalo la “placa a José Antonio” de la catedral de Cuenca, oliendo demasiado a coyunda de Iglesia y fascismo. Deberían aprender del noble obispo de Ciudad Real, que ha intervenido para que se retirase un estandarte fascista de una hermandad religiosa.

Pues bien, bajo tales coordenadas de “transacción” y “embudo”, ¿cómo extrañarse de los innumerables vestigios y símbolos franquistas que permanecen rampantes, en Cuenca y en toda España? No sólo las calles rotuladas con nombres de “vencedores” en la guerra fratricida (en Castellón, verbigracia, hay desde plazas a colegios públicos llamados “Serrano Suñer”, el “cuñadísimo”; imagino que la diputada, por sus grandes méritos, hija del pluri-empapelado penalmente Carlos Fabra nos dirá “¡que se jodan!”). ¿Cómo extrañarnos de que se tardase ¡tres décadas! desde la Constitución de 1.978 en promover la pacata e insuficiente Ley 52/2007 a favor de las víctimas del francofascismo, machacando a la vez al juez Garzón por ser consecuente con el Derecho y la Moral, mientras mayoría de jueces procura mirar para otro lado cuando se descubren nuevas fosas de lesa humanidad? ¿Cómo sorprendernos de tener aún un “rey soldado” --cual su abuelo y bisabuelo Alfonsos--, categoría ha tiempo abolida en los países democráticos? Igual que “gozamos” de un Concordato religioso que huele a Edad Media. O como hemos tenido hasta hoy mismo el Hospital General de Burgos (cerrado hace pocos meses por razones técnicas) con el nombre de un auténtico asesino, el general Yagüe, carnicerito de Badajoz y otros lugares; y seguimos teniendo a otro terrorista aún mayor si cabe, Queipo de Llano, enterrado a los pies de la Macarena y paseando su fajín de general genocida por las calles de Sevilla cada “semana santa”.

Podríamos seguir, decenas de páginas, con vestigios y símbolos franquistas por doquier. (Y eso sin hablar de la inmensa corrupción, en notable parte otra gran herencia franquista). Sólo citamos ya un par de colosales indecencias que ejemplifican de maravilla los “vestigios” franquistas: no existe en Valencia una calle a nombre del valenciano y gran jefe militar, ejemplo de dignidad, humildad y coherencia, el cabeza del Ejército de la República Don Vicente Rojo Lluch. Y el pueblo toledano llamado de siglos “Azaña” (probablemente derivado de “aceña” o noria), comarca de La Sagra, al que fue arrancado su nombre por los franquistas en 1.936, sustituyéndolo por el de la unidad militar que lo tomó a cuchillo, “Numancia”, nombre con el que sigue hoy (lo decía Araquistáin: “España, tierra de conquista”). ¡Loores a Pepe Bono, más de dos décadas aposentado a treinta kilómetros de “ex Azaña”, con mayoría absoluta e inmenso poder en la zona! De asco.     

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